Te pasas Fito, está bien que eres el sound track de la película de la relación con el amor de mi vida (parafraseando al icónico conductor de Rock 101, Luis Gerardo Salas) desde aquel concierto en el Teatro Metropolitan hace 28 años, pero no inventes, mira que salir una hora después de lo acordado… Tú disculparás los gritos de cácaro que te lancé.
En fin, te perdoné en el momento en que saliste al escenario y cantaste una por una las canciones de tu álbum El amor después del amor, que vio la luz hace 30 años, el cual, por supuesto compramos en cuanto salió y que desde entonces me bebo cada vez que lo escucho.
Después de todo ese tiempo la situación es muy diferente, no pueden faltar los lentes para ver de cerca ni los de ver de lejos por lo que pueda ofrecerse, porque no nos acostumbramos a los progresivos; mientras que tú estás reponiéndote de una caída que te llevó a posponer unos meses este concierto. Pero ninguna de estas situaciones nos impidió entregarnos cada quien en lo suyo.
Ésta no es una simple asistencia a un concierto. Como me dijo un gran amigo, esto es más bien un rito, el de recordar y sentir esa etapa de la vida en la que nos creíamos dueños del mundo a través de tu música.
Terminaste de cantar todas las canciones de El amor después del amor y nos mandaste a un intermedio. Al regresar nos cambiaste el chip con canciones como “Circo beat”, “Dar es dar”, “Cadáver exquisito”; e incluiste un vestuario diferente y luces alucinantes. Después hiciste como que te ibas, y el rito de “otra, otra” no podía faltar; regresaste con otro cambio de ropa: un atuendo de traje y tenis rojos, y un suéter verde limón de cuello de tortuga.
Te voy a ser sincera, no me latió que no tocaras “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, la esperé hasta el final. Cuando alargaste “Y dale alegría a mi corazón”, no podía dejar de pensar en la tonadita de: dale a tu cuerpo alegría Macarena…, mientras nos pedías que cantáramos contigo.
Llegaron los cañonazos de papelitos de colores y se acercaron tus músicos contigo a dar las gracias al público cuando seguían con la Macarena, y perdí toda esperanza, era la clara señal de que ya todo había acabado, como cuando Juan Ga cantaba el Noa Noa al final de sus conciertos. No era que estuviera esperando a que Eugenia León subiera a cantar contigo “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, como aquella vez en el Metropolitan, pero hubiera estado chido que no te la guardaras sólo para tu concierto en el Zócalo.
Tampoco tocaste una sola pieza del álbum Enemigos Íntimos, que hiciste con Sabina en 1998, pero creo que ese vals mejor no lo tocamos.
Eres grande Fito, pero no por ser argentino, sino porque juntaste a millennials y generación X, que en la noche del 22 de enero de 2025 cantamos y sentimos tus canciones con la emoción a flor de piel y gritos incluidos, en el Auditorio Nacional de la caótica Ciudad de México. Estuviste genial y nos brindaste una excelente noche.
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