Opinión

En concreto: Breve tratado sobre los baches

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Juan SolísFoto de
11 de octubre 2024
  • Capital 21

Todos los que conducimos hemos caído. Más que una maldición es una condición sine qua non de pertenencia a la urbe. El bache nos demuestra de un trancazo que en esta ciudad el conductor que no cae, derrapa.

Están por todos lados, como los malos pensamientos. Podríamos jurar que se reproducen por la noche y que van creciendo a medida que los ignoramos. Son parte del paisaje vial, símbolos de la normalización del riesgo.

Su ciclo vital inicia cuando están en calidad de grieta, luego se tornan hoyitos que culminarán su metamorfosis cuando tengan la anchura y profundidad de un verdadero bache. Hay algunos que alcanzan la magnitud de cráter o mutan en un enorme socavón capaz de engullir camionetas enteras.

Hay especímenes que, ocultos en calles oscuras, muestran impunes su voraz dentadura de concreto. Otros, sigilosamente colocados en avenidas de alta velocidad, se ocultan, en época de lluvias, bajo prístinos charcos. Sólo el ojo bien entrenado, o una afilada intuición, puede detectarlos y eludirlos. Pero no todos corren con la misma suerte.

La física tiene mucho que ver en el acto de esquivar un bache y salir ileso. El cerebro, en perfecta coordinación con el ojo, debe ser capaz de calcular, en fracciones de segundo, la distancia a la que se encuentra el bache y la velocidad a la que va el carro. Antes de tomar cualquier decisión es necesario cerciorarse de que no haya autos o motos a los costados, que el vehículo que viene atrás venga guardando su distancia y que el movimiento del volante sea exacto para que las llantas se mantengan a ras de piso. El conductor aprieta los dientes. El tiempo se detiene…

El éxito de la maniobra es directamente proporcional a la estabilidad del vehículo. De otra manera, un golpe seco, capaz de estremecer desde el rin de la llanta hasta el hueso más pequeño del oído del conductor, seguido de otro impacto igual de contundente, nos indicarán que la misión ha fracasado, que una vez más hemos sido víctimas de la epidemia de baches urbanos. Rines rotos, llantas ponchadas, direcciones afectadas son algunas de las consecuencias, por no hablar de la frustración del conductor.

Y no importa que cuadrillas de trabajadores rellenen las oquedades con concreto. Los baches volverán a manifestarse a la menor provocación. Un remedio más eficaz es el reencarpetado. Desgraciadamente los baches no tienen palabra de honor y, como la viruela, dejarán la cicatriz en la piel de la urbe.

Como con las ratas y las cucarachas, hemos aprendido a vivir con los baches. Su existencia y abundancia pueden hacer del camino una clase de autoayuda que nos muestre que la vida está llena de obstáculos, una sesión catequesis que nos haga reflexionar sobre la posibilidad de caer en los pecados, o bien una instalación urbana a través de la cual transitemos en zigzagueantes trayectorias para romper la monótona linealidad de nuestras vidas.

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Escrito por Juan Solís

Periodista cultural y doctor en historia del arte. Autor del libro "El cuerpo del delito/ Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico 'callado' de la Filmoteca de la UNAM". Chilango auriazul y seguro textoservidor.


X: @eljuansolis


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