No soy hombre de tatuajes, pero si tuviera que ponerme uno, sin dudarlo pediría en mi brazo izquierdo un retrato de Honoré Daumier, el gran caricaturista francés del siglo XIX.

Cada que pienso en caricaturas y en los artistas que mejor comprendieron los principios de exageración y monstruosidad que estableció Francisco de Goya en su serie Caprichos¹, pienso en Daumier. Me atrevo a decir que gracias a estos dos personajes, el arte de la burla y la crítica a través de la imagen existe tal y como lo conocemos hoy en día.

Daumier gustaba de dibujar pendencieros, vagos y personajes tan feos como extravagantes de los bajos fondos de aquel París de su tiempo. Como artista comprometido con las clases populares, también se mofaba de los vicios y tontería de las clases dominantes: jueces, diputados, burgueses, críticos de arte y hasta con el mismísimo rey en plena monarquía restaurada se metía.

La caricatura suele acompañar a la clase trabajadora como arte popular y necesario, aunque no siempre es el caso. Caricatura de reacción existe a la par que caricatura combativa, enfrentada con el poder. Esa caricatura acomodaticia y que defiende los intereses de clase de los de arriba no trasciende. Nadie recuerda a los dibujantes de la reacción ni a aquellos que trazaron en defensa del clero, de los empresarios, de los tiranos. Tampoco han sido artistas notables en su técnica ni mucho menos innovadores.

Recuerdo el caso del caricaturista Jacques Faizant, dibujante de cabecera de Le Figaro (diario de referencia de la derecha francesa), fallecido en 2006. Salvo sus más cercanos deudos, ni el gremio periodístico ni el de los dibujantes de prensa manifestó gran pena por su deceso. Más bien se le reprochaba su cercanía con los poderosos (Le Figaro es parte del conglomerado de la familia Dassault, que incluye industria armamentista) y el haberse vuelto con los años un dibujante perezoso, de humor inofensivo y facilón. Es más, ya ni perspectiva ni caja escénica se molestaba en dibujar.

En México tenemos muchos Faizant. No vale la pena detallar santo y seña de cada uno de ellos pero sí es menester decir que evito ver sus trabajos para ahorrarme corajes. Sé que el día que se retire del oficio Paco Calderón, por ejemplo, llorarán su ausencia personajes como Enrique Krauze, Sergio Sarmiento y una bola de empresarios ultramillonarios compungidos de ver partir a quien mejor que nadie defendió sus intereses de clase.

En el otro lado del oficio tenemos en cambio y afortunadamente muchos Daumier, caricaturistas que entienden su labor como arma para burlarse del poder político y económico en nombre del pueblo². Esa caricatura interesa y trasciende porque es capaz de estigmatizar, de golpear con el ridículo.

Champfleury, el primer gran historiador de la caricatura en Francia, decía que el trabajo del caricaturista consistía no en dibujar revoluciones, sino en provocarlas.

Helioflores es uno de esos revolucionarios de la tinta y la imagen. Es en mi nada humilde opinión el más grande de nuestros Daumiers mexicanos. Junto con Naranjo y Helguera (descansen en pants ambos) completa la Santísima Trinidad del Dibujo. Helioflores, cercano a la gente, celebra seis décadas de caricatura política con una gran exposición en la sala Miguel de la Madrid del Complejo Cultural Los Pinos.

Si quieren ver de qué lado masca la iguana y averiguar por qué es un gran exponente de la caricatura no sólo mexicana y universal, vayan a ver su obra. Yo aprovecharé para seguir estudiando sus trazos y quién sabe, si se me quita la amnsiedad igual y termino tatuándome su retrato en el otro brazo.

*¹ Caprichos es una colección de 100 grabados considerada por muchos la obra maestra de dibujo y sátira de Goya.

*² Michel Onfray define al pueblo en el contexto occidental actual como todos aquellos sobre quienes se ejerce el poder.

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