Cúrame esta

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Carlos Pérez BucioFoto de
21 de octubre 2024
  • Explora CDMX. Imagen de archivo, tomada el 13 de octubre. Expresiones de protesta en el MUAC de la UNAM por la obra de Ana Gallardo.

Un curador de arte no es ese señor que por las mañanas se levanta y se prepara unos huevos estrellados para desayunar, sino el que realiza acciones encaminadas a activar dispositivos de apropiación que exploran la noción de albumen dirigidos a establecer una cartografía del no-ayuno.

Y sí, el curador de arte es más que una ficha técnica de dos patas: es el ser que garantiza una intermediación esotérico-intelectual entre la obra de arte y el espectador. Algo así como un coyote de la experiencia estética, pero en sangrón.

Además de insufrible, el curador de arte dentro de un ecosistema institucional elitista y corrupto como el mexicano puede gozar de las abundantes mieles de la captura del Estado y de las puertas giratorias como pocos funcionarios: ¿cuándo han visto ustedes que al curador de tal exposición en alguna infraestructura de Estado se le examinen con lupa posibles conflictos de interés con alguna galería privada, por ejemplo?

No es por intrigar pero llevamos además años mirando en los grandes recintos del arte contemporáneo obra de las mismas jetas pertenecientes a los establos de las galerías más reconocidas a nivel internacional, porque esto tiene rato que ya es global. Independientemente de si los artistas consentidos del momento están sólidamente insertados en el mercado, su valor reside más bien en si resultan útiles para los intereses políticos y económicos de la burguesía.

Nikos Hadjinicolau desarrolla en su obra "Historia del arte y lucha de clases" la tesis del arte burgués como manifestación artística que legitima y promueve la ideología y las prácticas de clase de la burguesía. Es hora de preguntarnos si el modelo de museo de arte como vitrina del gusto de la clase dominante ya está rebasado.

Lo que acaba de suceder en el MUAC de la UNAM con la fallida muestra de la artista Ana Gallardo* es un síntoma del desgaste de este modelo de exposiciones que desde la condescendencia de clase exotizan y explotan la miseria de los grupos sociales más desfavorecidos. Percibo cierto hartazgo hacia las prácticas de arte burgués en los museos, sobre todo entre los públicos más jóvenes y politizados de la clase trabajadora.

Esta suerte de pornomiseria o extractivismo visual -definición que dan algunas activistas defensoras de los derechos de las trabajadoras sexuales a la obra de Gallardo- no es muy nuevo tampoco: ahí están algunas obras en video de Miguel Calderón, quien desde su superioridad de clase dispone también de aquellos a los que su estirpe suele considerar subalternos, inferiores, por no decir nacos: el polícía, el taxista, el chavo de barrio. La humillación que supone la videopieza "Rinoplastia", por ejemplo, es doble: escarnio verbal y material a unos jóvenes de barrio marginal a quienes grita "¡jodidos!" desde un auto en marcha.

El problema de obras como las de Gallardo, Calderón o cualquier otra que instrumentalice la precariedad como objeto de contemplación (así solían ser las exposiciones universales colonialistas de principios de siglo XX: "pasen a ver al pigmeo") es que son el brazo ilustrado de una superestructura que, como postula Hadjinicolau, busca mantener intactas las relaciones de poder entre clases.

*al momento de escribir este texto, el MUAC anunció el cierre de la exposición.

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Escrito por Carlos Pérez Bucio

Carlos Pérez Bucio (Ciudad de México, 1973). Pintor, dibujante, caricaturista. Licenciado en Artes Visuales de la UNAM. Colaborador de medios desde 1994. Francófono, francófilo, observador de los aconteceres políticos y sociales de Francia y su relación con México. 

X: @SatiroCornu

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