Hace ya bastante tiempo, recuerdo, que me gustaba asistir a uno de esos bares que tenía una banda de músicos en vivo. Me pedía una cerveza, encendía un cigarro y comenzaba a repasar cada una de las tareas que tenía pendiente. Ya saben, esas cosas que se deben arreglar en casa o aquellas responsabilidades que no terminan por quedar en el trabajo. Me gustaba mirar jugar los niños en la plaza desde la mesa de la terraza mientras el humo de mi tabaco se mezclaba con las notas musicales. Fue en una de esas tardes de Octubre cuando se acercó y se sentó en mi mesa el señor “Cronos”. No dijo nada, ni me saludó, solo llegó y se sentó como si fuésemos viejos conocidos.
Se les cae el tiempo-, dijo mientras con sus manos mugrosas y uñas largas trataba de dar cuerda a uno de los veinte relojes que portaba en el antebrazo izquierdo. En principio parecía que se refería a la banda de Jazz que, en ese momento, buscaba interpretar Autumn Leaves con escaso éxito. Sin embargo, en el tono de voz parecía esconder un mensaje oculto que yo no lograba descifrar con claridad. Como si el hecho de que un instrumento cayese a des-tiempo sugiriese la ruptura de la normalidad plasmada en las ilustraciones hechas por mi amigo el caricaturista, pero también era, la posibilidad del descarrilamiento de la historia.
Debo reconocer que cuando el señor “Cronos” vino a la mesa sentí un miedo aterrador. Y es que, no es para menos, a simple vista este hombre se le podía confundir con un homeless que vendría a importunar a los comensales, con sus harapos viejos y sucios; con sus veinte relojes en cada mano y sus collares de chapitas de las latas de refresco. Aun cuando se percibía un olor a humedad y sudor que salía de su cabello en forma de dreathloops y de su corona de latón, este tipo parecía situarse como esa pieza que no cuadra pero que tampoco se puede desechar. Es como si algo en él hiciera efectiva la esencia humana en donde no importa lo que eres cuando se trata de sobrevivir y conocer el entorno.
Se les cae el tiempo-, repitió un par de veces más. Lo que cabría decir, es que el señor Cronos quizás parecía un hombre al que la razón lo había abandonado y que pronto regresaría a buscar un refugio para mitigar el hambre y para pasar la noche, pero, quién sabe, en una de esas este hombre ha sido tocado por los dioses y entonces ha traído el mensaje. -Hay que saber escuchar- decía para señalar que la perfección de la música se debe menos a los ejecutantes de los instrumentos que a la risa despreocupada de los niños. Era una locura que abandonaba las virtudes de la razón y fiarse de las señales de la sensibilidad como primer elemento para orientar su quehacer. Después de todo, es en lo imprevisible del devenir en donde se consolida la historia, la música.
¡Se el primero en comentar!