Hablar de artes y música ha sido un territorio casi inexplorado para mí. Spotify fue una revelación: permite sortear la necesidad de conocer y reconocer artistas, tendencias o géneros antes de elegir tu selección musical. El algoritmo hace gran parte del trabajo. Pero, ¿qué hay detrás de la música que la vuelve un acompañamiento perfecto en la formación de niñas y niños?
Cuando una niña toma un arco de violín, toca un teclado o alza su voz en el canto, ejercita disciplina, escucha activa, cooperación, autoestima y trabajo en equipo. Recientemente conversé con la directora de orquesta Lizzi Ceniceros, quien participa en múltiples iniciativas que acercan a niñas, niños y adolescentes a un contacto cotidiano con la música.
Lizzi considera que una orquesta es un espejo de comunidad. Cada parte importa, no hay “instrumentos de niñas o de niños”, la batuta coordina —confía— y el resultado sucede solo si escuchamos a las demás personas. Esa dinámica construye hábitos de respeto, constancia y trabajo en equipo.
La música es, sin duda, un espacio para que nuestras niñas y adolescentes se desarrollen y contribuyan a culturas de paz y colaboración. Al mismo tiempo, puede convertirse en una opción profesional y en una fuente de desarrollo para las comunidades. Aquí, como en muchas áreas, perdemos participación de mujeres al llegar al ámbito profesional.
Aunque en esencia es una actividad en la que pueden participar niñas y niños por igual, las industrias creativas aún presentan retos para las chicas que buscan adentrarse y crecer en ellas.
A nivel mundial, 93% de las canciones del Billboard Hot 100 fueron producidas por hombres y el número de mujeres intérpretes entre las melodías preferidas sigue siendo menor al de los hombres.
En México, el tema se agrava si revisamos las estadísticas: en julio de este año, la periodista Nadia Orozco publicó en El País que, en el Top 50 de esa fecha de Spotify México, no había una sola mujer; repetimos el ejercicio y la situación se mantiene. Aún más preocupante: el Top 50 está dominado por regional mexicano, donde —sin ser experta— la participación femenina parece prácticamente inexistente.
Estoy convencida de que la práctica musical debe impulsarse como mecanismo de paz, aprendizaje y colaboración desde etapas tempranas; ese aprendizaje también debe enfocarse en descubrir talentos y vocaciones para el futuro.
Aprovechar su potencial profesional para niñas y niños por igual será clave, especialmente en un país que este año ingresó a los diez mercados de música grabada más importantes del mundo, según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI).
Es una oportunidad en la que debemos procurar que niñas, jóvenes y mujeres no se queden en la periferia. Ya iniciaron esfuerzos por sumar a las escuelas públicas y privadas, papás, mamás, cuidadores y ecosistema escolar, debemos construir un entramado para que estos esfuerzos no terminen en “materias de relleno”, como las llaman las y los escolares.
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