Fuera del contexto político y económico que podría surgir con la renegociación del T-MEC, vienen años aciagos para la industria automotriz en México, sobre todo de adaptación a la evolución de su ecosistema a nivel mundial.
El automóvil ha sido, por décadas, un símbolo de estatus, libertad y autonomía personal, pero para las nuevas generaciones, ese paradigma está cambiando rápidamente. Mientras sus padres y abuelos veían en la compra de un auto un hito ineludible de la adultez, los jóvenes de hoy adoptan una visión más pragmática: el auto ya no es necesariamente un bien que poseer, sino un servicio que se utiliza según la necesidad y conveniencia.
Para las generaciones anteriores, un auto no solo era un medio de transporte, sino un reflejo de identidad. Los colores, las marcas y los estilos contaban historias personales. En contraste, las nuevas generaciones priorizan la conveniencia sobre la personalización y están dispuestas a cambiar de vehículo según la ocasión: un sedán para ir al trabajo, un SUV para un viaje de fin de semana o un auto eléctrico para moverse en la ciudad.
En otras palabras, la generación millennial y la generación Z han crecido en un entorno donde el acceso inmediato a servicios es más importante que la propiedad. Por esta razón, en lugar de invertir en la compra de un automóvil, prefiere opciones flexibles que les permitan moverse de forma eficiente y sostenible, sin las cargas financieras y logísticas asociadas a la posesión de un vehículo.
Ante esta nueva realidad que cada día se empodera, la industria automotriz tiene un gran reto en los años venideros: Los cambios en las preferencias del consumidor, donde las nuevas generaciones muestran mayor interés por alternativas como el carsharing y el ridesharing. Este cambio en la mentalidad del consumidor obligará a las automotrices a diversificar sus modelos de negocio, ofreciendo servicios de movilidad en diferentes modalidades.
Quien no conoce qué es el carsharing o auto compartido, es una alternativa en el cual quien posee un auto lo comparte en renta con quien lo necesite, lo que permite a diversos usuarios desplazarse sin tener que comprar un coche, ni pagar los impuestos de compraventa, costes de mantenimiento o reparaciones, tenencias, entre otras cargas.
Por otra parte, el ridesharing es la experiencia de compartir un vehículo con otras personas para viajes de larga distancia, es decir, el dueño del vehículo comparte sus traslados al trabajo y a la casa cuando son distancias largas lo que se reducen costos de viaje tanto para el conductor como para los pasajeros.
Frente a este panorama, las áreas de venta de automóviles tradicionales en otras partes del mundo están evolucionando para no quedar rezagadas.
Grandes nombres de la industria automotriz han comenzado a ofrecer servicios de suscripción, donde los usuarios pagan una tarifa que les permite acceder a una variedad de modelos de autos según sus necesidades. Estos planes suelen incluir mantenimiento, seguros e incluso asistencia en carretera, eliminando las complicaciones de la propiedad.
Marcas como BMW, Mercedes Benz, Volvo, Audi, entre otras, han lanzado servicios de carsharing donde a través de contratación de planes, desde una hora hasta un mes, se puede elegir el vehículo que incluye seguro, combustible y kilometraje ilimitado. Asimismo, bajo aplicaciones en smartphone se puede reservar el coche, conocer la disponibilidad, así como los puntos donde se puede recoger el vehículo.
Para las automotrices en México, estos nuevos cambios ya están tocando a la puerta, por lo que representan tanto un desafío como una oportunidad.
Ya no se trata solo de vender automóviles, sino de ofrecer soluciones de movilidad que se adapten a las necesidades cambiantes de los consumidores. Quienes logren diversificar sus modelos de negocio e innovar en servicios personalizados estarán mejor posicionados para liderar en esta nueva era de movilidad compartida.
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