Era un sábado por la noche en la Ciudad de México. Un grupo de amigos y yo salimos del estadio de beisbol de los Diablos Rojos del México. Cuatro horas de partido y al final todos teníamos hambre. Pensamos que sería una buena idea ir por unos tacos. El estadio de beisbol está pegado a lateral de la Calzada Ignacio Zaragoza y la ruta más rápida para regresar al centro era tomar la línea 9 del metro, la línea café. Recordé, por practicidad, que saliendo de la estación Chilpancingo están unos tacos que no hace mucho tiempo abrieron, una cadena que se llama Tacos La Chula. Nunca había ido a echar taco allí, pero creí que sería buena idea conocer este nuevo concepto de taquerías con grandes cartelones y luminarias, de tonos rojos y amarillos, que tanto han proliferado en la capital desde hace algunos años para acá.
Parece que este fenómeno de “taquería retro” o “vintage” se popularizó en CDMX con la llegada de los tacos Orinoco a la colonia Roma; a esos ya había ido, con sus mesas de lámina al estilo cantina del siglo XX, con las paredes de mosaico blanco al estilo de comercio de barrio y las tacitas de peltre, como en la casa de nuestras abuelas, ya sea para servir las salsas o para llevarte el recibo con la cuenta. Cuando fui hace años a los Orinoco no me extrañó esa recuperación del pasado y de lo popular, más bien me pareció original, pero ahora, las nuevas taquerías siguen esta tendencia al por mayor y así lo hizo esta cadena de La Chula. Cuando entramos, muertos de hambre, noté que todo era familiar, pero algo me resultaba extraño. Reconocí y me reconocí en un espacio similar a ese con los mosaicos blancos, el piso con losetas floreadas de colores, las mesas de lámina, el refresco de sabores, los Jarritos o la caguama Corona, el refrigerador con forma de rectángulo de lámina y hasta oxidado de los extremos, los taqueros con su clásico gorrito blanco en la cabeza, e incluso la virgencita de Guadalupe estaba allí en una esquina del local.
Pero entonces, ¿qué me resultó raro? Lo extraño era que todo lo que estaba en la taquería era un montaje. Era como haber entrado a un museo de lo “popular mexicano”, porque todos los elementos de la taquería se sentían sobrepuestos, fuera de su lugar original. Y así era, hasta los tacos eran un pastiche, una imitación de un taco al pastor o de suadero, porque la mayoría de la gente no va por el sabor del taco sino para vivir la experiencia de la simulación. Esto me hizo recordar lo que Néstor García Canclini escribió en su libro Culturas híbridas, pues cuando a la hegemonía del capital o de la política se le acaban las ideas innovadoras y cuando se sienten desprovistos de productos para seguir con la lógica del mercado, entonces recurren una y otra vez a extraer los objetos y los estilos de la cultura popular, la cual nunca se agota, ya que la gente que los produce está en constante movimiento y transformación.
Por esto, es que los dueños de este tipo de taquerías -pienso- como Orinoco, La Chula, Tacos Juan, los Atarantados, Taquería Gabriel, entre otros, más bien observan a la cultura popular con cierto desdén, pues la consideran sin “valor civilizatorio”, como dice Canclini, y piensan que por ello sus elementos tradicionales pueden ser extraídos sin permiso, copiados a destajo y reformulados, a según, para “modernizarlos”, “civilizar lo exótico” para turistas y wannabes que ven cool lo que sólo aparenta ser popular, sin atreverse a probar unos buenos tacos en su lugar tradicional.
Lo que me parece paradójico es que el éxito de estos pastiches es tal, que tienen llenos totales y filas para ingresar, cuando sólo son eso, parodias o plagios que muestran una imagen “moderna” y “mediática” de las taquerías convencionales, pero con imagen renovada para tomarse la foto para el Insta o el TikTok, como si fuera justo un museo de lo que creemos que debería ser un puesto de comida popular. Qué extraño. Vivimos los tiempos de la taquería-museo, de la comida para turistear, en el mundo de las imágenes para aparentar que estamos en lo popular sin estarlo realmente, en la apariencia de la Ciudad de México en donde no habita lo verdaderamente tradicional, en donde no existe la periferia, la precariedad y las personas racializadas. ¡Buen provecho!







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