Hay una culpa silenciosa que muchas personas cargamos cuando se trata de dinero. No se habla mucho de ella, pero ahí está: al decir que queremos ganar más, al cobrar lo que realmente vale nuestro trabajo, al permitirnos un gusto sin pretextos. Crecimos oyendo que el dinero no lo es todo, que hablar de él es vulgar, que pedirlo es egoísta.
Pero… ¿y si el dinero fuera también una forma de autocuidado? ¿Y si aprender a manejarlo, defenderlo y disfrutarlo fuera de un acto de amor propio?
Recuerdo una vez salir de una tienda con una bolsa en la mano y sentir que tenía que esconderla. No era por vergüenza, sino por esa sensación de que me estaba excediendo. Me pregunté si de verdad necesitaba ese vestido, si no era más responsable guardar ese dinero “por si acaso”. Como si disfrutar de mi propio dinero fuera de un acto subversivo.
Desde nuestra infancia hemos sido educados para complacer, para cuidar a otros primero, para ahorrar en silencio pero no aspirar demasiado. A muchos nos enseñaron a estirarlo, no a multiplicarlo. Nos dijeron que el dinero es importante, sí, pero solo si es para emergencias, la familia o los hijos. Tener dinero para nosotros mismos –para crecer, sanar, descansar o simplemente disfrutar– a veces parece parte de ser egoísta o un lujo, cuando en realidad es un derecho.
Reaprender el valor del dinero pasa por resignarlo. Ya no verlo como una carga o una preocupación constante, sino como una herramienta para construir bienestar. No solo bienestar material, sino emocional, mental, incluso espiritual.
Ahorrar para una terapia, invertir en una capacitación, pagar por ayuda que alivie la carga de cuidados en casa… todo eso es autocuidado financiero. Ponerle nombre a nuestros sueños y asignarles un presupuesto no es frívolo, es valiente. Porque implica decir: “Yo también importo”.
En lugar del clásico fondo de emergencias, ¿qué tal un “fondo de gozo”? Una pequeña cantidad mensual para lo que te hace bien sin necesidad de justificarlo: una clase de yoga, un café con uno mismo, una escapada corta, un taller que te emocione. Invertir en lo que nutre tu bienestar no te hace irresponsable, te hace consciente.
Otra práctica poderosa: hablar de dinero con otras personas. No desde la queja, sino desde la estrategia. Compartir consejos, experiencias, miedos, logros. Romper ese silencio que ha hecho que muchos caminemos solos el camino hacia la independencia financiera.
El dinero no debería doler. Deberíamos darnos paz. Aprendamos a verlo no como un premio que hay que ganar con sacrificio, sino como una herramienta para sostener la vida que merecemos vivir. Inicia hoy tu Riqueza Personal.
¡Se el primero en comentar!