Hace un tiempo acudimos en familia a visitar el Santuario de María desatadora de nudos, que a pesar de estar ubicado en la zona urbana de la ciudad de Cancún, no en la zona turística, ha ido cobrando cierto nivel de notoriedad entre locales y visitantes porque la experiencia es, más allá de ser creyente o no, gratificante a la vista, el paseo por el lugar es placentero y, como dicta la moda, altamente instagrameable.
En este lugar la dinámica es interesante. Los asistentes escriben sus peticiones a María en un listón blanco y lo amarran en los túneles de madera que se encuentran dispuestos en una suerte de breve laberinto en todo el predio que ocupa el santuario, en el que es divertido perderse. Hay dos secciones, una en la que se colocan todos los listones blancos y otra en la que se amarran listones de colores por quienes acuden a agradecer los favores recibidos. Es una versión moderna de la tradición de los milagritos que se llevaban a las iglesias para pedir y los exvotos, para agradecer, una vez recibido el favor solicitado.
Hasta aquí la anécdota va bien. Pero al final del recorrido se encuentra una serie de placas donde se agradece a los benefactores, los arquitectos, ingenieros y a los jerarcas de la orden religiosa que es la que se encargó de la edificación del santuario y que mantiene la tutela. Entre los muchos nombres destaca el de Marcial Maciel, sacerdote fundador de los Legionarios de Cristo. El visitante despistado concluiría su paseo y quizá ni se entere que ese templo es de la Legión de Cristo y tal vez no tenga idea de quién o qué hizo el fundador de los Legionarios de Cristo.
Según la página web de este espacio, se trata del primer templo a esta advocación en 2015 ante "la necesidad de una Iglesia en el Polígono Sur de la ciudad de Cancún". El terreno se obtuvo a través de la donación de una familia a través de un sacerdote que conocía al Obispo Monseñor Pedro Pablo Elizondo.
Marcial Maciel fue un depredador sexual a lo largo de su vida eclesiástica, con acusaciones de víctimas que el Vaticano desestimó a lo largo de varias décadas. Mantuvo al menos dos identidades y abusó incluso de los hijos que tuvo con una pareja que se enteró que era un sacerdote pederasta a través de la prensa; además de ser adicto a diversos fármacos. Lo peor es que pese a la avalancha de denuncias no se hizo justicia a las víctimas y Maciel disfrutó un cómodo retiro del ejercicio ministerial desde 2006 hasta su muerte, dos años después.
Ante el escándalo y la exposición mediática la Legión de Cristo ofreció, a destiempo unas tibias disculpas en las que expresan “hondo pesar por el abuso de seminaristas menores de edad, los actos inmorales con hombres y mujeres adultos, el uso arbitrario de su autoridad y de bienes, el consumo desmesurado de medicamentos adictivos y el haber presentado como propios escritos publicados por terceros”.
Las disculpas de la congregación, expresadas hasta febrero de 2014, suenan vacías, insuficientes; son más un control de daños en medio de una crisis institucional que un gesto honesto, no son un genuino acto de contrición que exprese contundentemente el reconocimiento de las conductas criminales de Maciel y que pida perdón por haber desoído por décadas a las víctimas de su fundador.
Además de reconocer y pedir perdón, la congregación debió llevar a cabo acciones reivindicatorias que consideren, en la medida de lo posible, la reparación del daño, una investigación al interior de la orden que permita ofrecer garantías de no repetición, porqueel caso de Maciel es uno entre cientos al interior de la Iglesia católica, y el castigo a los culpables y sus cómplices, no sólo un cómodo retiro de la vida ministerial. Sólo así dejarán de ser espacios de claroscuros las obras y los recintos, que son muchos, que pertenecen y administra la congregación.
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