No confío en tertulianos que al calor de discusiones apasionadas de cantina salen con su batea de babas: "yo soy apartidista", "ningún partido me representa" o el tan trillado "todos los políticos son iguales". No confío en ellos porque me da la impresión de que en realidad son fachos no asumidos.
Meter a todos los políticos en el mismo saco equivale a los cero grados de la política, el discurso facilote que suele emplear la extrema derecha para reconfortar al electorado de las clases populares en su desencanto de la política.
Es una lástima que Javier Milei haya cancelado su viaje a México porque su presencia en el cónclave cristiano-libertario convocado por Eduardo Verástegui habría servido para quitarle lo ranchero a más de un fascista de clóset. Que más y más personas se atrevieran a quitarse la máscara de demócratas para aceptar por fin lo que en verdad desean para nuestro país: que no todos los votos cuenten por igual, porque hay votantes que nacieron para mandar y votantes que nacieron para obedecer. Cada casta en su lugar sin protestar, como solía ser antes de que estuviéramos tan polarizados por culpa del loco de Palacio. De ese tamaño es su reflexión.
Lo que necesita la derecha mexicana no es firmar la Carta de Madrid un día sí y luego decir que siempre no, que en el PAN puede que sí sean neofranquistas pero nomás poquito, que Abascal el español sí está papuchis pero no tanto como para quererlo de yerno. No, lo que necesita la derecha mexicana es poner las cosas claras y que se asuma como lo que aspira a ser: un apéndice de los intereses de los cuates de José María Aznar. Como viles encomenderos, pues.
La penetración de tales movimientos neofascistas como Vox en España o eso que llaman libertarios en Argentina y que encuentra en México a más de una Lilly Téllez dispuesta a replicar el modelito, no tiene por qué caernos como una fatalidad ineluctable, pos ni que estuviéramos mancos.
Me gusta tomar como referente la respuesta del pueblo francés ante los avances del partido de Marine Le Pen en las elecciones de julio pasado (el Rassemblement National, que obtuvo aproximadamente un tercio de las curules, es heredero de aquella franquicia familiar -los nepopartidos chupadores del erario también se dan allá, cómo no- iniciada por
Jean Marie Le Pen, pero en versión descafeinada). Los electores franceses a pesar de estar inconformes con la gestión de Macron, no estuvieron dispuestos a darle mayoría a la extrema derecha y apostaron por una coalición de izquierda variopinta, cuya figura tutelar no es otra que Jean-Luc Melenchon el más obradorista de los políticos franceses.
Estudioso de la lucha de nuestro cabecita de algodón, Melenchon aprendió del tabasqueño a perseverar y a llamarles a las cosas por su nombre. La frase "por el bien de todos, primero los pobres", ya tiene traducción en el discurso melenchonista pero no nada más a nivel retórico, sino en un programa de gobierno que busca poner un alto a los privilegios fiscales de los grandes grupos empresariales.
Melenchón, hermano, ya eres macuspano.
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Bruji
Tan, pero tan cierto. Me da harto coraje. ¿Habrá sobre el planeta una derecha ética?