En concreto: Con perdón de la festejada

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Juan SolísFoto de
14 de marzo 2025
  • Fiscalía de Jalisco

Este 13 de marzo se cumplieron 7 siglos de que, según cuenta el mito, un grupo de mexicas, siguiendo las indicaciones de Huitzilopochtli, se encontraron con un tunal sobre el que estaba parada un águila. Hay fuentes que dicen que el águila estaba devorando un pájaro, otras afirman que estaba aporreando una serpiente. El caso es que el dios tutelar el Pueblo del Sol ahí quería su casa.

Corría el año de 1325 y ahí, en donde cayó el corazón de Copil, surgió México  Tenochtitlán, la futura Muy Noble y Muy Leal Ciudad de México, el Distrito Federal, el Defe, la Capirucha, Chilangolandia, la CDMX.

Tendríamos que estar platicando de Tenochtitlán, pero, con perdón de la festejada, el pensamiento está anclado en Teuchitlán, Jalisco. Quizá con el mismo terror con que las huestes de Hernán Cortés vieron la colección de cráneos en el zompantli mexica, miles de personas hemos presenciado la colección de zapatos localizados en el campo de adiestramiento y exterminio disfrazado de rancho.

Los miembros del crimen organizado reclutan jóvenes para inculcarles su pedagogía del terror y, a los que no sirven, los eliminan en masa. Una renovada guerra florida con sacrificios que no buscan la permanencia del sol, sino del miedo.

Las fotografías que muestran cientos de pares de zapatos evocan a los campos de concentración de Auschwitz o al paisaje que dejó la matanza en la Plaza de las Tres Culturas en 1968. Si bien no vemos cuerpos, los intuimos. Esos zapatos pertenecieron a jóvenes que de un día para otro quedaron en calidad de desparecidos.

Los zapatos evocan el andar, el viaje, la posibilidad de trasladarse a un lugar que quizá ofrezca mejores condiciones de vida. Esos zapatos viejos, llenos de lodo, polvosos, en conjunto remiten a la extinción del cuerpo que un día los portó. Fuera de cuadro queda el terror, los últimos pensamientos, las posibilidades de la tortura que convergen en la muerte.

Y el proceso no sólo implica cegar la vida de una persona, también precisa eliminar el cuerpo, invisibilizado, transformarlo en cenizas para ocultar cualquier indicio de reconocimiento, transformarlo en cifra para encriptarlos en la estadística.

Sólo los familiares reclaman los despojos: un cuerpo, un hueso, un objeto personal, un par de zapatos que confirme que esa persona murió. Lo que duele es la incertidumbre.

Por eso, de nueva cuenta, ofrezco disculpas a la festejada. En estos momentos, resuenan como nunca las últimas palabras de Kurtz en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad: ¡Ah, el horror! ¡El horror!

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Escrito por Juan Solís

Periodista cultural y doctor en historia del arte. Autor del libro "El cuerpo del delito/ Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico 'callado' de la Filmoteca de la UNAM". Chilango auriazul y seguro textoservidor.


X: @eljuansolis


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