No sé si haya entendimientos privilegiados entre nosotros los ciudadanos de a pie, que cuenten con el tiempo y la lucidez suficiente para decodificar lo que va sucediendo en nuestro entorno nacional y las repercusiones de lo que sucede en el plano internacional en nuestro ámbito doméstico. Yo no. Pero entendiéndole o no, hay cosas que abonan a la angustia general y que se vuelven tema de conversación cotidiana.
En estos días que se van acumulando las locuras y ocurrencias del presidente estadounidense, Donald Trump, y que incrementa la incertidumbre sólo queda clara una cosa, que el mundo está a merced de las disposiciones de un hombre desleal, mentiroso, colérico y volátil; ignorante de las formas y despreocupado de los límites legales y éticos del cargo y la representación que ostenta. Solo basta observar el encuentro que tuvo en la Casa Blanca con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, para constatar el estilo terrible de Trump.
Trump no tiene bandera ideológica precisa, aunque por haber llegado a la presidencia por el partido Republicano se inclina por las políticas promovidas por la derecha -hoy, porque antes también ya fue del partido Demócrata-, con tendencia al liberalismo económico y a la reducción del aparato de Estado a su mínima expresión, tarea encomendada al empresario Elon Musk. Lo que no varía, sea del partido que sea el gobierno de EU, es su tradición intervencionista. Ahora, apremiados por recuperar la supremacía económica que le han ido arrebatando otros países en años recientes, serán mucho más voraces sus embates.
Pero volvamos a enfocarnos en México. Toca poner atención en los alcances de la declaratoria del Departamento de Estado estadounidense que cataloga a seis organizaciones del crimen organizado como terroristas. ¿Consideraría EU violar la soberanía nacional con drones o con tropas para atacar a estos grupos o destruir supuestos laboratorios de fentanilo? Preocupa al recordar que, en 2003, con la psicosis provocada por el 11S, EU invadió Irak con el pretexto de buscar armas de destrucción masiva, las cuales, terminaron reconociendo, jamás existieron. Preocupa más que hubo políticos y comunicadores mexicanos que recibieron con simpatía la declaratoria terrorista.
Por si las dudas, el gobierno de México ha respondido de manera inteligente, sin responder ni confrontar directamente, con una iniciativa de reforma constitucional que reforzaría la soberanía nacional en caso de un intento de intromisión por parte de alguna fuerza extranjera sin que medie un acuerdo de cooperación. La presidenta Sheinbaum ha sido enfática en el sentido de que no habrá subordinación. La extradición de 29 narcotraficantes a EU, entre ellos Rafael Caro Quintero, señalado como el responsable de la desaparición y muerte del agente Enrique Camarena, pudiera ser interpretado como una ofrenda de paz, que quizá nos alcance para frenar la amenaza de los aranceles, programados para el 4 de marzo.
La estrategia de no confrontación ha sido aplaudida incluso por quienes no simpatizan con la administración actual. Basados en las experiencias de Trudeau y Zelenski, quienes no resistieron la tentación de ir a plantársele a Trump, es mejor no darle la oportunidad de ejercer su actitud de macho alfa global.
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