En concreto: Había una vez un convento (II)

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Juan SolísFoto de
21 de noviembre 2024
  • Museo de Arte de Veracruz (video)

En 1950, la editorial Botas editó el libro “Gentes profanas en el convento”, del pintor, escritor y apasionado estudioso de los volcanes Dr. Atl, seudónimo de Gerardo Murillo. A manera de novela autobiográfica, el artista plástico narra el tiempo en que vivió en el claustro del ex Convento de la Merced.

Con una prosa robusta y apasionada, Atl narra cómo después de la derrota de las tropas carrancistas en Algibes, en 1920, es hecho prisionero y enviado a la prisión de Santiago Tlatelolco, en la Ciudad de México. Escapa para deambular entre los indigentes del barrio de la Merced. Un antiguo compañero de armas, Ángel Gutiérrez, lo reconoce y lo invita a instalarse en el Claustro, donde se desempeñaba como portero.

“Nunca morada alguna me preció más espléndida narra Atl. El gran patio con sus dobles arcadas de cantera labrada, los amplios corredores sumidos en el silencio, los antiguos refectorios, las salas capitulares, las celdas vacías y los vetustos muros de la iglesia, todo aquel conjunto barroco y ruinoso se me presentó como la más estupenda obra de arquitectura entre todas las que yo había contemplado en mi vida.”

Se instala en un cuarto en la azotea, sitio en el que retoma la escritura y la pintura. En una exploración de las lápidas que había en la iglesia, Atl encuentra una vasija de barro con cenizas y una caja en la que había dos paquetes que contenían 600 cartas escritas por una mujer llamada Eugenia a un hombre llamado Pierre.

A partir de ahí, el pintor hace una selección de cartas para narrar una historia de amor. En realidad, este pasaje del libro es un recurso para contar, a través de un intercambio epistolar, el romance que Atl protagonizó con la pintora y escritora Carmen Mondragón, mejor conocida por el nombre con que la bautizó: Nahui Ollin.

Si bien las cartas ubican la historia de los amantes en el número 90 de la calle de las Capuchinas, todo se desarrolló en el claustro de la Merced. Atl narra su primera impresión al ver a Nahui, famosa en la época por su inteligencia, pero también por su belleza física y sus grandes ojos verdes: “Rubia, con una cabellera rubia y sedosa atada sobre su faz asimétrica, esbelta y ondulante, con la estatura arbitraria pero armoniosa de la venus naciente de Boticelli. Los senos erectos bajo la blusa y los hombros ebúrneos, me cegó en cuanto la vi. Pero sus ojos verdes, me inflamaron y no pude quitar los míos de su figura en toda la noche ¡Esos ojos verdes!”

Ella se describe como una “virgen perversa”. Abandona a su marido y va a vivir con su amante a quien llega a pedirle “Perfora con tu falo mi carne –perfora mis entrañas—desbarata todo mi ser –bebe toda mi sangre y con la última gota que me quede yo escribiré esta palabra: te amo…”

Hay escenas violentas y de celos, pero también lo que Atl llama “choques cósmicos” en los que “no sabemos cuál de los dos cuerpos en coalición haya desarrollado un calor más potente y más duradero”. 

El romance culminó, como la estancia de Atl en el claustro, joya arquitectónica que en pleno siglo XXI luce en el abandono, con sus historias sagradas y profanas, que son parte de esta ciudad. Escribe Atl:

“Cuando muchos años después de haber sacado de su tumba las cartas de Eugenia, yo vagaba por las noches entre las ruinas de la iglesia conventual o bajo los arcos del claustro, todas las sombras de los frailes rezanderos y asesinos desaparecían para hacer surgir en mi imaginación la espléndida figura de aquella mujer envuelta en una cabellera rubia, y muchas noches sus ojos solares iluminaron desde las profundidades de la muerte los antros del claustro y la profundidad de mi corazón”.



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Escrito por Juan Solís

Periodista cultural y doctor en historia del arte. Autor del libro "El cuerpo del delito/ Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico 'callado' de la Filmoteca de la UNAM". Chilango auriazul y seguro textoservidor.


X: @eljuansolis


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