Expertos en inquisiciones reprueban la ceremonia ritual que una representante de pueblos originarios le ofreció a Claudia Sheinbaum. ¿Limpia, protección, bendición? No sabría muy bien cómo describir dicha manifestación de pensamiento mágico.
En el montón de lecturas teológicas a las cuales entregué buenos años de mi vida jamás encontré definición precisa sobre superstición. Si acaso, el estudioso Odon Vallet recoge en uno de sus breviarios* que todas las religiones -incluyendo la cristiana- contienen ingredientes que pueden calificar como superstición, con la diferencia de que lo que hace algunos rituales más digeribles que otros es el destinatario y sentido del acto "mágico".
La cosa es algo compleja pero con el perdón de mis amigos teólogos podría resumirlo así: fe es rezarle a Dios mirando un crucifijo mientras que superstición es rezarle AL crucifijo. Un teólogo responsable desarrollará además una ponencia sobre el carácter lícito de la oración hacia la divinidad total -Dios único, no fragmentario- en oposición al acto ilícito que supone el gesto supersticioso, dirigido hacia una divinidad fragmentaria necesariamente (el fuego, el viento, la madre tierra, etc. o mejor dicho en palabras manchadas: dioses patito sin trabajo de reflexión filosófica ni teológica).
Lamento sin embargo y muy a mi pesar estar de acuerdo con algunas voces conservadoras que no apreciaron la ceremonia durante la fiesta popular de inicio de sexenio. Ellos, los conservadores, más por racismo que por conocimiento teológico, debo aclarar. Lo mío es más exquisito: acostumbrado a la complejidad del pensamiento agustiniano y de la patrística, de la didaquia, de conceptos como la transubstanciación, la revelación, carisma, virtudes teologales y otros que nomás evocarlos ya empiezo a sentir cristofanías en el occipucio, me disculpo si permanezco insensible frente a esos trances colectivos de bendición chamánica.
No pude llegar al mero zócalo donde estaba el espectáculo, aclaro. Todo lo tuve que seguir por una de las pantallas grandes instaladas sobre Madero, donde lo compacto de la multitud me impidió seguir avanzando, faltando apenas dos cuadras para la plaza de la Constitución. "Estos inciensos sí están perrones", me dije, mientras ya no sabía hacia dónde moverme, encerrado entre quienes participaban del frenesí espiritual levantando los brazos para captar no sé qué energías dispuestas en cada uno de los cuatro puntos cardinales. Nada más que me equivoqué: no eran inciesos perrones sino el humo de los camotes. Bien abusado, el compa, supo instalar estratégicamente su carrito para hacerse de unos buenos y merecidos pesos.
Regresando al tema: el Estado laico en mi nada humilde opinión no choca con una ceremonia de fervor popular. Gacho sería, como hacen los conservadores hoy, esgrimir la defensa de dicho Estado laico ante la modestia de un ritual ancestral, cuando en realidad han sido sus enemigos históricos. Y si siguen jeringando con que es brujería, para la próxima llevamos ouijas.
*"Petit lexique des idées fausses sur les religions", ed. Albin Michel.
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