En 2004, Christopher Nolan llevó la Guerra de Troya a la pantalla grande con un elenco de alto calibre en el que figuraban Brad Pitt, en su papel de Aquiles, Eric Bana, personificando a Héctor, y hasta el mismísimo Peter O’ Toole encarnando a Príamo. Veintidós años después, en 2026, se espera que se estrene La Odisea con un elenco no menos espectacular entre los que figuran Matt Damon, como Odiseo; Zendaya, Tom Holland, Robert Pattison, y la guapísima Anne Hathaway interpretando a Penélope. Penélope quien por 20 años organizó la hacienda y las labores de Ítaca; Penélope, la abnegada y fiel esposa de Odiseo, con su astucia, mantuvo a raya a más de 100 pretendientes que querían apoderarse del reino de Ítaca. Comparada con sus primas Helena, la adúltera, y Clitemnestra, la asesina de su esposo, Agamenón, Penélope pone la vara muy alta en lo que una esposa de la antigua Griega debía ser.
Pero no tan rápido, en 2005, Margaret Atwood, en su novela corta, “Penélope y las Doce Criadas”, nos presenta una visión diferente de Penélope, más humana y no como la esposa perfecta quien narra su propia historia siglos después desde el Inframundo reflexionando en retrospectiva sobre los acontecimientos de su propia vida y no narrada a través de los ojos de Odiseo hace 2,800 años. Una historia contada en primera persona dejando entrever las sutiles posturas feministas de su autora, quien de manera muy ingeniosa hace una desconstrucción de la obra clásica. Es la fascinante historia no contada por Homero, en la cual, Penélope. Auxiliada por sus Doce Criadas quienes con sus coros (los coros eran un elemento de las tragedias griegas que expresaban las reflexiones de los personajes y comentaba sus acciones) se suman a sus reclamos y reflexiones.
En la novela, Penélope se presenta resentida contra su padre, contra los pretendientes, contra su prima Helena y, sobre todo, contra Odiseo. La relación de Penélope con su padre, la describe como buena, en general, a pesar de que en su infancia temprana el rey Ícaro de Esparta, la mandó arrojar al mar para que se ahogara, lo que derivó en la natural desconfianza que sentía Penélope en las intenciones de la gente.
Penélope es astuta, inteligente, autosuficiente, como una mujer del siglo XXI y tiene que valerse por sus propios medios y esfuerzo para salir adelante, a diferencia de su prima Helena, a quien le bastaba su belleza para salirse con la suya. En varios pasajes de la novela, Penélope deja relucir sentimientos de celos, envidia y mutuo antagonismo con su prima:
“Me gustaría saber por qué Helena no fue castigada ni un poco. Por mejores mucho menores, a otros los condenaban a ser estrangulados por serpientes marinas, se ahogaban en tempestades, las diosas las convertían en arañas, les disparaban flechas. Por comerse la vaca errónea. Por presumir. Por cosas por el estilo. Lo normal habría sido que Helena hubiera recibido unos buenos azotes, por lo menos, después de todo el daño y sufrimiento que causó a tantas personas. Pero no fue así. Y no es que me importe. Ni me importó entonces…”[1]
Ahora bien, el resentimiento contra el padre y la rivalidad con su prima Helena palidecen frente al reclamo y los sentimientos encontrados en su relación con Odiseo. Penélope se mofa de cómo los poemas de Homero la retratan como la esposa ideal, sin tomar en cuenta todas sus otras cualidades; frente al hecho de que mantiene la integridad del reino de Ítaca y asegura la herencia y el bienestar de su hijo, Telémaco. Sin embargo, Penélope no está sola, cuenta con sus doce criadas. Sus criadas hacen mucho, mucho más que solamente sus labores domésticas. La protegen, se arriesgan al mal trato, se acuestan con los pretendientes para sacarles información, aligeran la carga de Penélope por 20 años, desarrollan un lazo fraternal, eran como sus hermanas.
Cuando Odiseo regresa a Ítaca después de 20 largos años, utiliza su maestría en el disfraz, su astucia para averiguar lo que sucedía en su reino. Se entera de los pretendientes de Penélope, se entera de la fidelidad de su esposa y se enorgullece de su ingenio para mantener alejados a sus pretendientes y posponer una respuesta a sus solicitudes de matrimonio. Cuando por fin revela su identidad, Odiseo ejecuta a todos los pretendientes de Penélope, pero también a sus Criadas su voz también nos llega en forma de lamento:
“Nosotras también fuimos niñas. Nosotras tampoco tuvimos padres perfectos. Nuestros padres eran pobres, esclavos, campesinos, siervos; nuestros padres nos vendían o nos robaran de su lado. Nuestros padres no eran dioses, ni semidioses, ni ninfas ni náyades. Nos ponían a trabajar en el palacio cuando todavía éramos niñas pequeñas; trabajábamos arduamente de sol a sol, y sólo éramos unas niñas pequeñas. Si llorábamos, nadie nos limpiaba las lágrimas. Si nos quedábamos dormidas, nos despertaban a patadas. Nos decían que no teníamos madre. Nos decían que no teníamos padre. Nos decían que éramos perezosas. Nos decían que éramos sucias. Estábamos sucias. La suciedad era nuestra preocupación, nuestro tema, nuestra especialidad, nuestro delito. Éramos niñas sucias. Si nuestros amos o los hijos de nuestros amos o un noble que estaba de visita querían acostarse con nosotras, no podíamos negarnos. No servía de nada llorar, no servía de nada decir que estábamos enfermas. Todo eso nos pasó cuando éramos niñas. Si éramos guapas, nuestra vida era aún peor... Pero nosotras también queríamos bailar y cantar, también queríamos ser felices. Cuando crecimos, nos volvimos refinadas y altivas, hasta dominar las artes de seducción. Ya de niñas meneábamos las caderas, acechábamos, guiñábamos el ojo, alzábamos las cejas… Por la noche, reunidas en nuestro desván, reíamos a carcajadas...[2]
“¿Por qué nos mataste? ¿Qué te hicimos que ameritara nuestra muerte? Nunca respondiste esas preguntas…”[3]
Las Criadas se preguntan por qué lo hicieron, por qué las mataron. La justificación de Odiseo y Telémaco fue que por dormir con los pretendientes de Penélope eran traidoras de la misma forma que dichos pretendientes. Sin embargo, Penélope controla la narración con la que sugiere que las doncellas fueron coercionadas, violadas, que sufrieron una muerte violenta como acto de venganza y a su vez como un recurso para silenciarlas. Tenían información y algunas interpretaciones sugieren que al espiar a los pretendientes y atestiguar las acciones de Penélope las hacía culpables y sujetas a castigo sin consideraciones como sirvientes. Atwood deja relucir, entre líneas, que la muerte de las Criadas simboliza las serias consecuencias de la sexualidad femenina y la estructura patriarcal de la Grecia Antigua y que continúa presente en algunas sociedades del orbe. Odiseo carga con la culpa.
Desde el inframundo, Penélope reflexiona sobre su tiempo con Odiseo; cuando se casaron teniendo ella apenas 14 años, y ve sus primeros años de matrimonio como un buen recuerdo, pero años después ve sus aventuras de manera más simple y mundana que el relato divinizado y mitológico de Homero. El personaje de Penélope evoluciona en esta obra poniendo en tela de juicio la narrativa de La Odisea, Penélope ve así al héroe, a través de sus errores y defectos, humanizado. Sabe que Odiseo es propenso al engaño y la seducción, incluso a la crueldad, pero Penélope es una mujer mucho más segura de sí misma con un ingenio agudo que nos hace reflexionar en que las grandes epopeyas, las grandes historias clásicas y sus personajes merecen ser contadas también desde otro ángulo, la perspectiva de sus personajes femeninos.
[1] Traducción libre de Atwood, M. (2005). The Penelopiad (2006th ed., p. 22). Penguin Random House.
[2] Ibíd., P. 13 y 14. Traducción libre.
[3] Ibíd., 192. Traducción libre.
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