Esta es una columna difícil de escribir para mí y es que hablar de violencia obstétrica es como abrir una herida que, literalmente, a muchas nos dejaron. Este tema no es sólo incómodo, es necesario.
En México 1 de cada 4 mujeres sufre de violencia obstétrica y sigue siendo un monstruo que acecha en las salas de parto. Entre regaños, prácticas deshumanizantes, cesáreas innecesarias y episiotomías de cortesía, muchas mujeres hemos salido del hospital con nuestro bebé en brazos, pero con el alma rota.
En mi inocencia de madre primeriza tenía en la mente que violencia obstétrica era algo fácil de identificar y yo practicaba la esquiva deslizante a la menor señal de un golpe o manoseo de un médico.
Sin darme cuenta y por desgracia escuché muchas historias de violencia obstétrica durante toda mi vida y hoy me duele no haber tenido las herramientas, el conocimiento o la edad para estar ahí con mis hermanas, mi madre o mis amigas y defenderlas, bueno ni yo misma me pude defender jajajaja, mi esposo fue quien lo veía y quien me defendió y cuido en esos momentos, pero aún asi hubieron actos que estuvieron fuera de sus manos.
Es tan sutil que sucede en un momento donde todo tu ser está enfocado en formar manitas y piecitos en tu vientre, y cuando pasa, lo dejas ir; no le das importancia. Es más, ni siquiera te das cuenta.
Desde el ginecólogo que me vio por primera vez y sentenció “será cesárea por tu complexión”, hasta el médico que, siendo una 'eminencia', quería escucharme gritar como desquiciada para comenzar el parto porque 'no era normal' que yo controlara el dolor de esa manera.
Además, creía que su sarcasmo era la nueva epidural. Podría seguir, pero se me puede cortar la leche del coraje que me da al recordar cada acto del personal de salud que terminé por normalizar.
Y si, detrás de cada parto hay una historia, y algunas de ellas están marcadas por cicatrices que no se ven en el cuerpo.
Mujeres de mi alrededor me compartieron su experiencia, voces que muestran lo que significa enfrentar violencia obstétrica en el momento que debería ser uno de los más humanos y respetuosos:
Miriam R.
“Llegué al hospital en puente y fin de semana, me dijeron que tenía que esperar un médico o ser un caso de urgencia para que me llevaran a cirugía. Por mis plaquetas que estaban bajas, estuve 4 días sola y en ayuno bajo el criterio de pasantes. Me percaté que un médico regañó a los pasantes por dejarme tanto tiempo en ayunas. El médico me hizo cesárea a pesar de decirme que no era candidata para cirugía porque mis plaquetas eran demasiado bajas, el cirujano literalmente me echó la bendición, y me anestesiaron”.
Priscila T.
“Creo que hubo muchas situaciones que emocionalmente me afectaron, comenzando por vivir ese momento sola. Pero lo más fuerte fue que, como el piso donde estaban las mamás en recuperación estaba lleno, me pusieron en la sala de las mamás que habían perdido a su bebé. Me daba miedo salir al baño o a caminar y quitarle el ojo a mi bebé por miedo a las chavas que estaban llorando por sus bebés. Lo que menos sentía era felicidad, sentía el dolor de las otras mamás y yo con mi beba en brazos”.
Anónimo
“Mi ginecóloga en una de las primeras consultas me dijo que porque me había embarazado si ya tenía 43 años, que nadie debería embarazarse a esa edad y menos si ya tenía un hijo”.
Marisol R.
“Siempre llevan prisa los doctores y cuando me revisaban lo hacian rápido y bruscamente sin respetar mi privacidad. Hacían el tacto y se retiraban sin decirme ni que ya podías bajar las piernas o que ya te podías tapar. Fue muy incomodo”.
Anónimo
“Me dijeron que estaba muy chiquita para ser mamá. El enfermero me dijo que pidiera al cirujano que me operara para ya no tener más hijos porque, si no, en un año ahí iba a estar yo otra vez y que mejor me pusiera a estudiar”.
Anubia S.
“Había una enfermera que entró a decirme que dejara de estar de chillona, que me aguantara porque yo me había metido en esto sola”.
Anónimo
“El ginecólogo me aseguró que lo que estaba pagando cubría absolutamente todo: su pediatra, su anestesiólogo y que yo solo debía cubrir la hospitalización. Hicimos un gran esfuerzo para pagar el costo completo, pero el día que me dieron de alta, el pediatra y el cirujano llegaron al cuarto a cobrarme. Mi ginecólogo, mientras tanto, se lavó las manos. Salimos del hospital preocupados, endeudados y yo, sintiéndome la mujer más estúpida
Monica A.
“Se me rompió la fuente y fui a la clínica 60. La doctora me dijo que debía desprender la membrana para entrar en trabajo de parto. Después de realizarme el procedimiento, que era muy incómodo e invasivo, me mandaron de regreso a casa. El dolor era horrible y comencé a desprender un líquido. Al día siguiente llegué sangrando al hospital, y un médico diferente me informó que no podía tener un parto, que necesitaban hacerme una cesárea porque tenía una infección causada por el procedimiento que la doctora me realizó un día antes”.
Anónimo
“”No pude darle pecho a mis hijos porque nacieron por cesárea. En aquellos tiempos el médico me dijo que por haber tenido cesárea podría desarrollar una infección y pasarle esa infección por la leche a mis bebés”.
Aunque cada experiencia de parto es diferente, hay un factor común que nos une a muchas mujeres: la manera en que fuimos tratadas durante uno de los momentos más vulnerables de nuestras vidas. La violencia obstétrica no siempre se manifiesta en grandes titulares, sino en detalles dolorosos que se quedan grabados en la memoria: un comentario innecesario, un procedimiento sin consentimiento, o la frialdad de un sistema que debería priorizar la dignidad.
Sin un bordado, la bata podría ser de carnicero, de pintor o de doctor. La diferencia no está en la tela, está en cómo la usan y, sobre todo, en cómo permitimos que nos traten con ella. Toda profesión es digna pero no hay diferencia a la hora de tener ética y humanización.
Para todas las madres que han enfrentado este dolor con el alma abierta y las manos firmes, que a veces, sin voz, levantan su propia batalla en silencio. A las que llevan cicatrices invisibles, pero también una fuerza que no se quiebra.
Que cada uno de sus días, sea un homenaje a su valentía, a su capacidad de transformar el sufrimiento en cuidado y ternura. Que nunca olviden que ser madre es una obra de arte, y aunque no siempre se ven los trazos, en cada acción se revela su grandeza.
Dedicado especialmente a la madre más bella y valiente del mundo por su natalicio, Olga Almanza Quintana.
**Si fuiste víctima de violencia obstétrica, puedes acudir a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) o las instancias locales. También hay organizaciones como GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida) que te orientan.
¡Se el primero en comentar!