Ser mamá de adolescentes hoy es un poco como intentar armar un rompecabezas mientras alguien te va escondiendo las piezas y otras cambian de forma en cada intento. Todos los días, parece que la lista de desafíos y decisiones se hace más larga, y uno de los dilemas más complejos es este: ¿cómo los enseño a ser buenos y empáticos sin ponerlos en situaciones peligrosas? Y, además, ¿cómo les hablo de identificar esas señales de alerta en las relaciones, en las amistades, o en esas situaciones “de fiesta” que a veces pueden salirse de control?
Casos recientes en México ponen en evidencia esta realidad: amigos que intentan ayudar y terminan en problemas, o relaciones de noviazgo que pasan de ser “amor de preparatoria” a historias de violencia y abuso. Entonces, ¿cómo enseñamos a nuestros hijos a que ser buenos amigos no significa meterse en situaciones de riesgo? ¿O cómo evitar que los traten mal en una relación?.
Quizás nos enfocamos en enseñarles a nuestros hijos a ser amables, a no juzgar, a ayudar a sus amigos, pero no hablamos de esa otra parte: la que dice que ayudar a otros no siempre es seguro ni simple. Muchos padres y madres tienen miedo de enseñar a decir “no” en una situación de ayuda, porque temen que eso se traduzca en egoísmo. Pero a veces, la lección importante es que un “no” puede ser la diferencia entre quedarse seguros y exponerse a algo más serio. Por ejemplo,… respeta su “NO” si no quiere salir de chambelán de la prima Rosita.
En el caso de adolescentes, esto puede aplicarse cuando están en fiestas y ven que alguien está pasando los límites o está en una situación vulnerable. Les enseñamos que ayudar es lo correcto, pero ¿cómo les enseñamos a detectar las líneas rojas? ¿A decidir si un “no puedo ayudarte” es lo más prudente? La empatía es importante, pero también lo es la capacidad de leer las señales de peligro.
Si algo debería estar en los manuales de maternidad de adolescentes es el capítulo de las “banderas rojas”. Porque sí, enseñarles a nuestros hijos que es inaceptable que alguien los trate mal es vital, pero hacerlo en un entorno donde el amor se confunde con intensidad y las discusiones con “pasión”, puede complicarlo todo. A veces, los adolescentes ven con normalidad comportamientos que en la vida adulta identificamos como tóxicos: celos, control, insultos. Entonces, ¿cómo explicamos lo que es una relación sana sin convertirnos en la mamá sobreprotectora?
Para empezar, la comunicación abierta es esencial. Sin sermones ni prohibiciones absolutas, sino enseñándoles que una buena relación debería hacerlos sentir tranquilos, en paz, con alguien que respete sus decisiones y su espacio. Que pedirles la contraseña de su celular o decirles con quién pueden o no salir no es amor, sino control. Lo mismo aplica para las amistades; a veces esos amigos de toda la vida también pueden ser una influencia negativa.
Si detectar el peligro a veces es complicado para nosotros como adultos, para un adolescente puede ser como intentar ver un color en la oscuridad. Aquí es donde entra la comunicación constante, no como un sermón, sino como una conversación natural que les permita sentirse en confianza. La idea es que, si alguna vez se encuentran en una situación incómoda o de riesgo, sientan que pueden acudir a nosotros sin el miedo a un regaños o a una lección moral.
Y aunque es fácil decir que debemos fomentar la confianza, en la práctica es un desafío. Podemos empezar con pequeños cambios en el día a día, como reducir los “regaños inútiles” que a veces damos por cosas que, en perspectiva, no son tan importantes. Esto también implica evitar actitudes autoritarias, como exigir que saluden de beso a alguien o que respeten a una persona sólo por ser mayor, ya que estos gestos les pueden transmitir un mensaje contradictorio sobre su autonomía y el respeto.
Para que nuestros hijos aprendan a poner límites y actuar con seguridad en sus relaciones y amistades, necesitan ver ese modelo en casa. Aquí algunas ideas prácticas:
- Respeto mutuo: Asegurémonos de validar sus intereses y emociones, aunque nos parezcan exagerados o sin importancia. Si les mostramos que sus sentimientos cuentan y que tienen un lugar seguro para expresarlos, será más probable que tomen decisiones de respeto hacia sí mismos en sus relaciones fuera de casa.
- Espacio para la expresión personal: Así como ellos aprenden a poner límites, nosotros también debemos respetarlos. Si no deseamos dar un beso o abrazo, respetamos su decisión. Esto les enseña que sus decisiones físicas y emocionales son válidas y dignas de respeto. Déjalos elegir su ropa sin criticarlos, deja de decir que “sus cosas son puras pend#$%&s. A ti nadie te dice que ese rubio no se ve natural, ¿o si?
- No minimizar sus experiencias: Evitemos las frases que restan importancia a lo que sienten o piensan. Lo que para ellos puede ser "el fin del mundo" merece ser escuchado. En lugar de invalidar sus preocupaciones, podemos preguntarles más sobre lo que sienten y juntos buscar soluciones.
- Modelar la empatía sin ponerlos en riesgo: Podemos enseñarles a ser buenos amigos y compañeros sin que esto implique sacrificar su seguridad. Practicar en casa cómo decir “no” de forma asertiva o cuándo es adecuado buscar ayuda puede prepararlos para situaciones complejas en el exterior.
- Límites claros: Finalmente, una crianza respetuosa implica enseñarles a reconocer sus propios límites y respetar los ajenos. Hablar de cómo establecer límites sanos en sus relaciones y cómo identificar comportamientos inadecuados, desde los celos hasta el control o el chantaje emocional, y en esto los padres somos expertos “mami está triste porque no me abrazas” “¿como que no quieres hacer nada con nosotros el fin de semana?”te suena?
La idea no es sobreproteger, sino equiparlos con la capacidad de tomar decisiones que honren su bienestar. Si ven en casa un ambiente donde se valora el respeto mutuo y el diálogo honesto, se sentirán más preparados para practicar esos mismos valores en su vida social.
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