10 años y la pregunta duele, corroe, encabrita.
Tanto que se ha investigado y documentado sobre el caso Ayotzinapa y no tener certezas definitivas es frustrante. Tanto tiempo y sin resultados satisfactorios nos dejan claro que el pacto de silencio es sólido, impermeable, resistente ante cualquier voluntad o determinación de conocer la verdad y responder a una sola pregunta.
¿Dónde están?
A 10 años de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, pese a todos los esfuerzos de investigadores, forenses y periodistas para reconstruir los hechos lo más detallado posible, de mirar con lupa, no se ha logrado conocer el destino que tuvieron los jóvenes.
¿Dónde están?
En 2018, el presidente López Obrador se ofreció a dar con el paradero de los muchachos. Fue una de sus primeras acciones de gobierno. Hoy, llegando al final del sexenio seguimos sin respuesta. Se desechó la verdad histórica, la que nadie creyó, de Murillo Karam (quien hoy está cumpliendo condena en arresto domiciliario), pero tampoco tenemos una versión satisfactoria y definitiva de qué hicieron con los cuerpos de 43 personas, que, por lo que nos dicen los especialistas, es difícil desaparecer.
¿Dónde están?
Pasa el tiempo y la herida sigue abierta. Los familiares de los normalistas se mantienen en la firme convicción de luchar hasta encontrarlos, hasta el último aliento de vida -algunos se han ido ya, desafortunadamente, sin respuestas-. ¿Cómo es posible que los hayan desaparecido sin dejar rastro? Cada día, cada minuto de estos diez años no han hecho más que exigir respuesta. Tampoco ha sido suficiente.
¿Dónde están?
Como estén, en donde estén. Las familias de los normalistas, con el respaldo de la sociedad, exigimos que se den a conocer los motivos, a los responsables materiales e intelectuales de desaparecer no sólo a 43 personas, sino a lo que esas personas representaban en nuestra historia actual. Quien lo hizo, desapareció a 43 futuros maestros, a 43 personas necesarias para la sociedad, a 43 constructores del futuro, 43 jóvenes que creyeron que ser maestro y compartir su conocimiento era el camino para crecer personalmente y ayudar a otros a hacerlo. Eso fue lo que desaparecieron.
En México, pese a los propósitos y las buenas intenciones (aunque hay quien las pongan en duda) del presidente Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas y el equipo que se encargó de llevar el caso en este sexenio, prevalece ese pacto de silencio que mencioné al principio de este texto, una muralla infranqueable de impunidad y encubrimiento que pretende ganarnos por cansancio.
Sin embargo, no habrá tregua, los familiares de estos 43 y de muchos otros desaparecidos no tan mediáticos continuarán en su exigencia, en la necia pregunta, en un molesto clamor, al que muchos nos sumamos.
¿Dónde están?
¡Se el primero en comentar!