En las últimas décadas, la motocicleta ha pasado de ser un simple medio de transporte a convertirse en un símbolo de movilidad, libertad y cultura urbana en México. Su evolución en el país refleja no solo cambios tecnológicos, sino también transformaciones sociales, económicas y culturales.
La motocicleta ha ganado un lugar clave en el paisaje urbano y rural de México. Desde hace años, su uso se ha disparado como respuesta a la congestión vehicular, la falta de transporte público eficiente y la necesidad de una alternativa económica. Pero, más allá del presente, ¿hacia dónde va el uso de la motocicleta en México? La respuesta combina tecnología, sustentabilidad, regulación y cambios culturales.
Sobre esto último, a diferencia de otros países donde manejar una motocicleta implica cursos, exámenes prácticos y certificaciones, en gran parte de México basta con presentar documentos básicos —o incluso ni eso— para subirse a una moto y circular. Esta falta de exigencia ha generado un ejército de motociclistas sin preparación técnica, legal ni ética para conducir en calles y carreteras.
El resultado es evidente: de acuerdo con datos del INEGI, las motocicletas están involucradas en una gran proporción de accidentes viales cada año, y los motociclistas figuran entre las principales víctimas fatales del tránsito. ¿Qué estamos haciendo mal? La respuesta es simple pero incómoda: no estamos enseñando a conducir, solo estamos dejando que circulen.
No se trata de estigmatizar a los motociclistas, sino de visibilizar un problema creciente que afecta tanto a quienes conducen como al resto de la población. Las motocicletas son una herramienta útil y muchas veces indispensable, pero su uso conlleva responsabilidades. La seguridad vial no es un lujo: es una necesidad urgente.
Uno de los errores culturales más comunes es pensar que manejar una motocicleta es más fácil que manejar un auto, y por lo tanto requiere menos preparación. En realidad, conducir una moto requiere un alto nivel de coordinación, equilibrio, anticipación y capacidad para reaccionar ante el entorno. Todo esto se multiplica en las principales ciudades del país, con pavimento irregular, transporte público agresivo y peatones por todas partes.
Algunos estados han comenzado a implementar cursos obligatorios o campañas educativas, pero no hay una estrategia nacional articulada. El gobierno federal, junto con los estados y municipios, debe establecer un estándar mínimo de formación y evaluación para motociclistas. También deben sumarse las escuelas de manejo, las empresas de reparto y las marcas fabricantes. La responsabilidad es compartida.
La educación vial no debe verse como una barrera ni como un castigo para quienes usan la moto como sustento diario. Al contrario: es una herramienta de empoderamiento. Un motociclista que sabe manejar bien, que conoce sus derechos y responsabilidades, es un ciudadano más seguro, más eficiente y más respetado en la vía pública.
Invertir en educación vial para motociclistas es invertir en un país con menos accidentes, menos muertos, menos dolor… y más conciencia colectiva.
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