Gentrificador será

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Carlos Pérez BucioFoto de
15 de noviembre 2024
  • Vista interior del pasaje El Parián, en la colonia Roma.
    Vista interior del pasaje El Parián, en la colonia Roma. Explora CDMX

El comediante Tomer Sisley se aventó el siguiente buen puntacho en un programa de televisión, hace años: "qué bueno que no todos los niños alcanzan a realizar sus sueños cuando llegan a la edad adulta; de lo contrario, la vida sería un gran campo de futbol con puros bomberos mirando el partido". El chascarrillo es gracioso porque sin querer resulta en una metáfora que -forzándola un poco- puede funcionar para describir la gentrificación.

Si me preguntan cómo transcurre la vida en alguna colonia cosmopolita de la Ciudad de México como la Roma o la Juárez, podría responderles a la manera del cuento de Sisley: es un enorme campo dispuesto para que la pequeña burguesía ciudadana del mundo logre hacer realidad su sueño de abrir una cafetería/tienda de diseño inclusiva-vegana-no binarie-pet friendly.

Se prestaría a risa loca de no ser porque, además de chistín sangrón y según la teoría marxista, en esos barrios "airbnbificados", expendios de productos con elevado valor de uso (tlapalería, abarrotes) sobreviven a duras penas mientras que changarros que ofrecen chingaderitas progres gluten-free con estratosférico valor de cambio brotan más rápido que lo que tarda uno en pronunciar la palabra "expats".

No es que sus chais ecosustentables y sus guardarropas vintage english spoken para artistas emergentes estén chafas, sino que por obra y magia de aquello que Baudrillard*¹ llama la lógica fetichista, una simple infusión de hierbas o un montón de ropa piojosa de segunda mano se transforma en mercancía cuyo costo es determinado por el alto tren de vida de la pequeña burguesía propietaria de ese tipo de establecimientos.

La infame lógica del mercado no basta para explicar cómo es que pequeños placeres que antes eran asequibles como los discos de vinilo o las conchas de frijoles con nata resultan ahora más caros que las perlas de la Virgen. Gracias a la gentrificación, el órgano melódico de Juan Torres ya es cosa de playlists "curados" por DJ's multidisciplinarios poliamorosos al tiempo que a cualquier bollo relleno se le llama panadería de autor. Vaya, hasta la lucha libre nos gentrificaron.

Ah, las luchas... deporte espectáculo mezcla de circo, maroma, proezas atléticas y mexican curious. Permítanme ustedes hacer una pausa para comentar mi afición a las luchas. Soy un apasionado del pancracio aunque la verdad ya no entiendo mucho de las acrobacias que se practican hoy en día. Los fanáticos de hueso colorado añoramos aquellos duelos como los del Satánico contra El Dandy en los que el llaveo y el contrallaveo constituían una categoría más dentro de las bellas artes, verdad de Dios.

¿Por qué los luchadores no se pegan de verdad ni se matan a patadas?, preguntan con mala leche algunos. Les explico: la lucha libre es un duelo histrónico-deportivo en el que se busca rendir al adversario bajo el consenso de reglas bien definidas en pos de la sumisión, jamás de la lesión. Exigirle a un luchador profesional que acabe a golpes a su contrincante tal y como sucede en otras disciplinas de combate es no entender ni el lenguaje ni la cultura de este deporte: sería tan absurdo como pedir en un torneo de albures que los participantes se penetren de verdad.

Ahora que, en una de esas, también nos gentrifican los albures pero mucho me temo que no suena tan gracioso si en lugar de frijoles saco de soya, por aquello de que las superfoods están de moda en la Condesa.

* "Crítica a la economía política del signo", Siglo veintiuno editores.

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Escrito por Carlos Pérez Bucio

Carlos Pérez Bucio (Ciudad de México, 1973). Pintor, dibujante, caricaturista. Licenciado en Artes Visuales de la UNAM. Colaborador de medios desde 1994. Francófono, francófilo, observador de los aconteceres políticos y sociales de Francia y su relación con México. 

X: @SatiroCornu

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