En concreto: La violencia como espectáculo

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Juan SolísFoto de
11 de julio 2025
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En esta Muy Noble, Muy Leal y Muy iracunda ciudad la protesta es conditio sine qua non del paisaje. Lo que hace unos años era una broma, pensar que a la par del reporte del tráfico o el pronóstico del clima, los medios de comunicación iban a incluir en su parrilla de servicios el de avisar a la población las marchas, bloqueos o plantones programados, sus coordenadas y rutas, las salidas de emergencia, se ha hecho realidad.

La CNTE puede anunciar con un día de anticipación la ruta que tomarán sus miembros para protestar, o bien puede dejar sus acciones en calidad de incógnita y tomar por sorpresa las entradas al Aeropuerto. Lo mismo sucede con agrupaciones profesionales en estas lides como el Frente Popular Francisco Villa, o bien con gremios de vendedores ambulantes, de trabajadores del estado, de enfermeras y enfermeros, de jueces, etcétera.

La protesta puede apostar a la toma permanente de un espacio público, o sea, un plantón; a la obstrucción de una vía, conocida como bloqueo, o bien al recorrido sonoro por una avenida, la famosa marcha. Así como la Plaza de la Constitución es la sede oficial de los plantones, y la calzada de Tlalpan es la sucursal de los bloqueos, el paseo de la Reforma se ha vuelto el marchódromo por excelencia.

Las exigencias de una protesta pública pueden ser legítimas. El uso del espacio público para exhibir demandas es un derecho (aunque también lo es el libre tránsito de quienes se ven afectados). El desfile de contingentes es un monótono ejercicio coreográfico acompañado de una partitura coral armada, en la mayoría de los casos, con lugares comunes. No obstante lo predecible, lo que importa es la visibilización de la inconformidad.

Eco de esta visibilización es el registro mediático. Los criterios para incluir una protesta en el menú informativo varían y van desde el número de participantes, el motivo de la misma o la violencia contra ciudadanos, funcionarios, negocios, monumentos, mobiliario urbano o personal encargado de la seguridad (sector que durante muchos años monopolizó el insano uso del tolete).

La protesta violenta contra la gentrificación llevada a cabo la semana pasada integró varios elementos que hacen pensar que fue diseñada para instalarse en el debate nacional. Fue en un lugar atípico: las colonias Condesa y Roma, sitios en los que habitan personas de alto poder adquisitivo, muchas de ellas de origen extranjero, y que ejemplifican el complejo y añejo problema de la gentrificación.

Una protesta en la Condesa es noticia, pero aumenta el interés cuando quienes se manifiestan son supuestos vecinos. Las imágenes permiten ver que más que personas directamente afectadas, algunos de los participantes eran individuos entrenados para destruir y generar caos.

Fue un acto de violencia simbólica. Atacar un Starbucks es atentar contra una cadena de cafeterías extranjera que, a pesar de tener alta aceptación en México, es símbolo de una supuesta invasión comercial.

Es curioso, cuando no paradójico, ver que algunos de los sujetos más violentos de la protesta vestían como anacrónicos punk, con todo y estáticos spikes que nada le deben al look mexica, pero sí mucho a la juventud británica de finales de los setenta. “¡Fuera de México!”, gritaban y rayaban quienes se apropian de tendencias europeas con casi medio siglo de atraso. Tan incoherente como marchar contra el imperialismo yanqui condena Coca Cola en la mano.

Más que derecho a la vivienda y recuperación de la vida barrial, lo que se dejó ver como eje de la protesta en la Condesa fue una xenofobia coherente con el discurso oficial que exige perdón a España por la Conquista o que sugiere movilizaciones en Estados Unidos para defender a los compatriotas que han emigrado y que han sido objeto de ataques por parte del gobierno de Donald Trump.

La estrategia funcionó. No se acabó con la gentrificación, pero sí hubo una respuesta mediática y en redes sociales que sólo renovó la polarización heredada de la pasada administración. La lucha de clases como argumento de un melodrama aburrido, pero efectivo. Y en backstage, el terror.

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Escrito por Juan Solís

Periodista cultural y doctor en historia del arte. Autor del libro "El cuerpo del delito/ Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico 'callado' de la Filmoteca de la UNAM". Chilango auriazul y seguro textoservidor.


X: @eljuansolis


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