He coleccionado recortes de periódico desde hace aproximadamente 20 años. Entre mis tesoros de hemeroteca se encuentra un buen número de ejemplares de la columna titulada “La Vida Va” que el excelente periodista, Guillermo Ochoa, publicara diariamente algunos años atrás. Desafortunadamente, cuando me mudé a otro país, tuve que dejar mi colección, pero no abandoné el hábito de recolectar artículos interesantes. De este modo, al organizar mi nueva colección me encontré con el artículo “Si desde niños…” que transcribo de manera íntegra con el permiso de la autora, más adelante.
Al releer el artículo, me remonté a dos etapas de mi vida. A mis años en la escuela primaria y secundaria. De los años de Primaria recordé a mi maestra Esperanza (no pondré su apellido para no exponerla innecesariamente), quien sin lugar a dudas fue una de las peores maestras que tuve y quien constantemente increpaba y hacía comentarios a los alumnos que se acercaban al insulto. En la secundaria, tuve maestros que imponían disciplina casi militar en una escuela que no era militarizada. Restringían las horas de ir al baño, la carga de tareas para la casa era excesiva; además los maestros tenían la autoridad de reprobar a los alumnos sin si quiera hacerles exámenes. Vaya, algunos de ellos podían incluso darse el lujo de golpear a los alumnos con el borrador, como lo hacía el sobrino del director, quien era además el maestro de física, o incluso darles un “sape”, como lo hacía el subdirector.
Posteriormente, por circunstancias de la vida, me contrataron para dar clases de literatura en un colegio de la Ciudad de México, en el cual era consigna para el personal académico asignar tanta tarea a los alumnos como fuera posible, aunado a los proyectos de fin de mes de cada materia. De acuerdo con el director, era únicamente a través del trabajo arduo que los alumnos serían personas de bien. Curiosamente, en esa escuela, varios de mis alumnos eran increíblemente talentosos en el campo musical; muchos de ellos con actividades enfocadas en la música después de su jornada escolar. Esto me recordó también un cuento que circula en redes:
Un padre de familia estaba muy preocupado porque su hijo iba muy mal en matemáticas, pero sus calificaciones en música eran excelentes. El padre tomó acciones para que su hijo mejorara, y ninguna tuvo resultados. El padre entonces consultó al sabio del pueblo, un hombre anciano, al que la gente le tenía admiración y lo consultaba sobre cualquier asunto. El padre expuso su problema.
Anciano: Me dice usted que su hijo es excelente en música y no puede con las matemáticas.
Padre: Así es.
Anciano: Y, ¿qué acción tomó usted?
Padre: Le contraté lecciones particulares en la escuela con sus maestros, y posteriormente lecciones privadas en la tarde en casa.
Anciano: ¡Muy mal hecho! ¡Lo que debió hacer era conseguirle más lecciones de música! ¡Posiblemente, su hijo viva de la música y no de las matemáticas!
En el artículo, “Si desde niños…”, de la escritora chilena, Jessica Carrasco, publicado en el diario, Presencia Latina en Noviembre de 2019, Jessica pone el dedo en la llaga cuando expone que el sistema actual de evaluación se basa en comparación de los estudiantes, sin considerar sus talentos individuales.
Cito el artículo de Jessica a continuación textualmente porque contiene todo lo que alguna vez quise decir, pero ella lo dice mejor:
Si desde niños…
Nos despiertan antes de que se termine nuestro natural ciclo de sueño para llevarnos a la escuela, guardería o lo que sea…Nos hacen comer mal y apurados sin considerar que necesitamos masticar lo suficiente para que nuestros estómagos puedan digerir bien… Nos fuerzan a recibir información sin que la hayamos pedido… Se obvian nuestras necesidades de movimiento y juego en pos de adiestrarnos para que nos comportemos”… Se nos obliga a aguantar las ganas de ir al baño… Se nos castiga por querer hablar cuando necesitamos decir algo… Se nos hace sentir mal por estar en proceso de aprendizaje y no saber exactamente lo que queremos hacer…. Se nos obliga a vestir de acuerdo con el uniforme de turno… Se nos humilla por querer explorar nuestros cuerpos, por hacer preguntas, por ser curiosos… Se nos evalúa constantemente en base a un sistema de comparación que no respeta la individualidad del proceso de aprendizaje… Se nos priva del afecto familiar durante largas horas para cumplir con horarios establecidos por los sistemas educativos dependiendo de la época y el lugar y mucho, mucho más. Entonces, que luego no tengamos respeto por nosotros mismos, ni amor propio, que no sepamos quiénes somos, cómo cuidarnos hacia dónde vamos, ni por qué hacemos y sentimos, se convierte en una consecuencia totalmente esperable a este tortuoso proceso de enajenación y alienación del que hemos sido víctimas cuando no pudimos defendernos. Un adiestramiento que ha sido tan doloroso que muchos lo hemos incluso olvidado (trauma oculto) convenciéndonos de que fue bueno y de que es bueno para nuestros hijos.
Somos valiosos, somos importantes, somos parte de un eje que necesita contar con sus piezas para poder funcionar bien. Un eje que no es la escuela, ni ahora la empresa a la que devotamente le regalamos todas nuestras fuerzas, sino que es la vida.
Fin de la transcripción
Eventualmente, mi etapa como maestro llego a su fin, en parte. Actualmente trabajo como gerente en una empresa en la que se enfatiza ardientemente la puntualidad, y la asistencia; en la que se miden cuidadosamente las métricas de desempeño cuidando que los empleados cumplan cabalmente con horarios prestablecidos; donde el proceso debe sustituir al criterio. Lo bueno es que el equipo al que tengo el privilegio de dirigir, responde y cumple sus objetivos y metas mes a mes, sin importar si calientan o no el asiento, sin importar si se levantaron al baño, sin importar que tomen tiempo para actividades personales que son inevitables como ir al doctor. Y cuando el proceso no tiene sentido, aplican su criterio y son completamente independientes y profesionales. ¿Por qué? Porque respeto su individualidad y reconozco la diferencia en sus capacidades, porque los resultados finales se generan si se minimiza el hartazgo, si cada persona es valorada por sus capacidades individuales, si se crean las condiciones para que la gente permanezca en sus puestos y pueden contribuir con experiencia, si la experiencia se valora como lo que es, una forma superior de aprendizaje. La experiencia no se adquiere en el día uno de nuestra vida laboral, se adquiere mucho antes. Si se valora, las empresas ahorran mucho dinero en reemplazar personal. Y no sólo en lo laboral, creo que muchos problemas de la sociedad se podrán evitar “si desde niños…”
*Jessica Carrasco es una escritora chilena, radicada en la Provincia de Ontario Canadá, y que ha publicado “Tatuajes de una historia”, “La sinfonía de Emma” (trilingüe--inglés, español y francés), “The Child that I Am”, “Niños de Colores”. Si quiere conocer más acerca de Jessica Carrasco, visite su página en: https://www.jessicacarrasco.com/.
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