La mañana del 19 de septiembre de1985.
7:15 am: Estaba formada afuera de la puerta de la escuela, una secundaria a espaldas de Tepito, que se ubica en la colonia Michoacana, la cual urbanizó Lázaro Cárdenas (1934-1940) y que tiene como cuatro escuelas por manzana. Abrían a las 7:20 para empezar a entrar.
7:19 am: Había empezado a avanzar la fila que, para entonces, ya era bastante larga. Y, de repente, empezó un movimiento brusco, cada vez más fuerte, eterno. La calle se abría como si se tratara de una película de terror, parecía irreal; se fue formando una enorme grieta. Recuerdo a un papá desesperado, que metió a su tsuru a todos los niños que pudo. Después, descontrol total. Yo había llegado sola a la escuela y no sabía qué hacer, no traía dinero para regresarme a mi casa y tampoco había manera de comunicarme, porque ni teléfono teníamos, y aunque hubiéramos tenido, ni hubiera podido hablar, pero eso no lo sabía en ese momento.
7:30-11:45 am: Estaba afuera de la escuela una familia a la que conocía mi mamá. La señora Rosalba me dijo que me fuera con ellos para no quedarme sola. Comenzamos a caminar hacia su casa, de Congreso de la Unión hacia Ferrocarril de Cintura, muy cerca de donde alguna vez estuvo la fábrica de chocolates La Azteca. Había vecindades y edificios derrumbados por todos lados. Nunca nos imaginamos que el resultado del terremoto fuera el panorama tan trágico que estábamos presenciando. Después me enteré de que muchos de mis compañeros se quedaron sin casa; afortunadamente, en la de la familia con la que llegué no hubo daños, a pesar de que se trataba de una vecindad. Estuve con ellos escuchando en la radio lo que se podía de noticias; todo ese tiempo intenté llamar al trabajo de mi mamá, un local en el mercado Morelos, pero no había servicio telefónico.
La señora Rosalba me dijo:
–Mejor ya te llevo con tu mamá porque ha de estar preocupada, y seguro ya está en el mercado.
12 pm: Llegamos al mercado y me acuerdo muy bien que, al entrar a un pasillo, mi mamá estaba a la altura de su local, desesperada, caminando de un lado a otro. Cuando me vio, corrió hacia mí y me abrazó. Al escucharla hablar con Rosalba entendí la desesperación que vivió mientras no sabía de mí.
Por supuesto, no existían los celulares en ese entonces, así que mi mamá ya había mandado al esposo de mi hermana Mina –que llegó desde Texcoco a mi casa, cerca del aeropuerto– a buscarme a la secundaria. Se regresó a casa y le dijo que no me había encontrado. Mi mamá se fue entonces al mercado pensando que iba a ir yo para allá. En cuanto llegué, nos fuimos a la casa y yo le iba contando en el camino lo que vi: vecindades caídas, edificios derrumbados.
20 septiembre: Mi hermana Alejandra y yo acompañamos a mi mamá a entregar la cuenta de la venta de electrodomésticos de su local a la tienda de Salinas y Rocha, que estaba sobre avenida Circunvalación, cerca de La Merced, Tepito y Mixcalco. Encontramos otra vez el panorama de edificios caídos, personas desconcertadas. Seguíamos en el asombro. Todo lo que nos llegaba de noticias no se comparaba con lo que veíamos. No había vigilancia. Nadie te decía: “no puedes pasar por esta calle”, hasta que intentabas pasar y te dabas cuenta de que ya no podías porque había escombros de edificios bloqueando el paso. Los semáforos tampoco servían. Nos tuvimos que bajar del carro varias cuadras atrás de nuestro destino para continuar caminando; mi mamá ni siquiera pudo hacer las cosas que tenía pendientes, la tienda estaba cerrada.
A las 7:38 de la noche del 20 de septiembre llegó la réplica. Nos salimos a la calle, nuestros vecinos también. Todos estábamos aterrorizados y sin ponernos de acuerdo, nos quedamos juntos varios minutos antes de entrar de nuevo.
Unos días después, mis hermanos se fueron de voluntarios al estadio de béisbol del Seguro Social, donde hoy está la plaza comercial Parque Delta, a ayudar en lo que se necesitara. Por las características del inmueble y su ubicación, Viaducto y Cuauhtémoc, entre las colonias Narvarte y Doctores, se usó para llevar los cientos de cuerpos que iban sacando de los escombros, y ahí llegaban sus familiares a reconocerlos.
2 de noviembre: Mi mamá nos llevó a donde estuvo el Multifamiliar Juárez, en la colonia Roma, el cual se derrumbó en gran parte el 19 de septiembre. Llegamos cientos, tal vez miles de personas, a dejar veladoras para las personas que habían fallecido con el temblor. Fue muy emotivo. Nadie dijo nada, no hubo discursos, lo único que hicimos quienes llegamos fue poner una veladora en una especie de explanada improvisada, en lo que fue alguna vez el Centro Urbano Presidente Juárez, diseñado por Mario Pani.
19 de noviembre. Regresé a clases. A mis 12 años me debatía entre sentirme feliz por no ir a la escuela y andar libremente en bicicleta, y el remordimiento de saber y haber visto lo que había pasado el 19 de septiembre, así como el sufrimiento que esto causaba a tantas familias.
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